miércoles, 17 de julio de 2013

En el 77 aniversario del comienzo de la Guerra Civil Española

Se cumple el 77 aniversario del comienzo de la guerra civil española, provocada por un Frente Popular que precisamente no poseía ningún talante democrático, sólo hay que ir a los hechos históricos para esclarecer la verdad. 
 
Los falangistas participaron activamente en aquella guerra de liberación, dejando su sangre, como tantos buenos españoles, por la mejor de las causas, que no era otra que la defensa de Dios, de España y de la justicia, corrompidas por el odio rojo. Un  ejemplo de ésta inquina contra España y a todo lo que representa, por parte de ésta “gente”, fue el repugnante lema “Viva Rusia, muera España”.
Entre otros sucesos, el desencadenante de la guerra fue el asesinato por parte de los socialistas del diputado José Calvo Sotelo. A continuación os invitamos a ver el episodio sobre el hecho, incluido en una serie de 13 capítulos que analiza la Guerra Civil con motivo del 75 aniversario de la contienda, con el título “Mitos al descubierto”. El trabajo, elaborado por el Instituto de Estudios Históricos del CEU, cuenta con dirección y guión de los historiadores Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Togores, e incluye gran cantidad de imágenes históricas, así como recreaciones fidedignas elaboradas con elementos de época.

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José Antonio Primo de Rivera, al igual que Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo o Julio Ruiz de Alda, sufrió la saña de aquel Frente Popular, el cuál combatió hasta el último segundo de su ejemplar vida. El 17 de julio de 1936, unos meses antes de ser asesinado por el terror rojo, dejó escrito su último manifiesto desde la cárcel de Alicante:
 
Un grupo de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quieren asistir a la total disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto que la conduce a la ruina.
 
Llevamos soportando cinco meses de oprobio. Una especie de banda facciosa se ha adueñado del Poder. Desde su advenimiento no hay una hora tranquila, ni hogar respetable, ni trabajo seguro, ni vida resguardada. Mientras una colección de energúmenos vocifera –incapaz de trabajar– en el Congreso, las casas son profanadas por la Policía (cuando no incendiadas por las turbas), las iglesias entregadas al saqueo, las gentes de bien encarceladas a capricho por tiempo ilimitado; la ley usa dos pesos desiguales: uno para los del Frente Popular, otro para quienes no militan en él; el Ejército, la Armada, la Policía, son minados por agentes de Moscú, enemigos jurados de la civilización española; una Prensa indigna envenena la conciencia popular y cultiva todas las peores pasiones, desde el odio hasta el impudor; no hay pueblo ni casa que no se hallen convertidos en un infierno de rencores: se estimulan los movimientos separatistas; aumenta el hambre, y, por si algo faltara para que el espectáculo alcanzase su última calidad tenebrosa, unos agentes del Gobierno han asesinado en Madrid a un ilustre español, confiado al honor y a la función pública de quienes lo conducían. La canallesco ferocidad de esta última hazaña no halla par en la Europa moderna y admite el cotejo con las más negras páginas de la Checa rusa.
 
Este es el espectáculo de nuestra Patria en la hora justa en que las circunstancias del mundo la llaman a cumplir otra vez un gran destino. Los valores fundamentales de la civilización española recobran, tras siglos de eclipses, su autoridad antigua, mientras otros pueblos que pusieron su fe en un ficticio progreso material ven por minutos declinar su estrella; ante nuestra vieja España misionera y militar, labradora y marinera, se abren caminos esplendorosos. De nosotros, los españoles, depende que los recorramos. De que estemos unidos y en paz, con nuestras almas y nuestros cuerpos tensos en el esfuerzo común de hacer una gran Patria, Una gran Patria para todos, no para un grupo de privilegiados. Una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera. Para luchar por ella rompemos hoy abiertamente contra las fuerzas enemigas que la tienen secuestrada. Nuestra rebeldía es un acto de servicio a la causa española.
Si aspirásemos a reemplazar un partido por otro, una tiranía por otra, nos faltaría el valor –prenda de almas limpias– para lanzarnos al riesgo de esta decisión suprema. No habría tampoco entre nosotros hombres que visten uniformes gloriosos del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil. Ellos saben que sus armas no pueden emplearse al servicio de un bando, sino al de la permanencia de España, que es lo que está en peligro. Nuestro triunfo no será el de un grupo reaccionario, ni representará para el pueblo la pérdida de ninguna ventaja. Al contrario: nuestra obra será una obra nacional, que sabrá elevar las condiciones de vida del pueblo –verdaderamente espantosas en algunas regiones– y le hará participar en el orgullo de un gran destino recobrado.
 
¡Trabajadores, labradores, intelectuales, soldados, marinos. Guardianes de nuestra Patria: sacudid la resignación ante el cuadro de su hundimiento y venid con nosotros por España una, grande y libre. Que Dios nos ayude! ¡Arriba España!
 

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